Educación para la ciudadanía.

En alusión al artículo: Unos que no han hecho caso a Olegario, pues parece estar deshabilitado el trackback (y que incluyo en mi blog por el hecho de que mi comentario insertado en esa página no aparece entero).

La formación de la persona podría o debería ser completa y compleja, abarcando factores como pueden ser el personal, ético, moral, cívico, espiritual, humano, intelectual, emocional, etc…. unos aspectos más generales y otros más particulares.

La persona tiene el derecho y el deber a/de la educación.
Cierto que nadie puede erigirse en educador si el educando se niega a recibir o aceptar la educación. Nadie es educador en este sentido y todos lo somos en el sentido de que «quedamos remitidos a los demás tanto en nuestras necesidades primarias al nacer como en las restantes al ir creciendo» (Olegario G. de C.). Nuestro contacto con amigos y enemigos, profesores y familiares, compañeros y jefes, naturaleza y acontecimientos, lectura y medios audiovisuales, etc., va moldeando nuestra estructura y respuesta intelectual, emocional y de comportamiento.
Estando así las cosas podemos afirmar que en teoría nadie tiene licencia o poder para educarnos (porque somos libres) y en la práctica todo nos educa (porque somos nosotros y nuestras circunstancias).

D. Olegario es teólogo, y ciertamente de los más preparados y eminentes; pero no olvidemos su calidad como historiador y como educador (no sólo teóricamente, sino también por su ejercicio como tal durante muchos años). Se merece, pues, una lectura más serena, reflexiva, profunda, detallada, sin obviar ni una sola de sus comas. Párrafo a párrafo sus artículos (con su estilo inigualable por lo sencillo y bello) van profundizando sin dejar escapar el más mínimo de los detalles.
Es cierto que se le atribuye a Zapatero el pensamiento de Alicia; que contamos con el derecho a la objeción de conciencia (no sólo en esto, sino -lo dice la palabra- en todo aquello que atente contra nuestra libre conciencia); que tenemos libertad de pensamiento; que las intenciones no justifican los medios; que nadie puede imponernos cómo pensar, sentir o creer; todo esto es cierto,… pero, por favor, no tengamos en tan poco aprecio las palabras de quien ha dedicado toda una valiosa vida en cantidad y en calidad a estos menesteres.

No puedo más que recomendar a quien ha escrito este texto que relea detalladamente el artículo de D. Olegario.
Un saludo sincero,

Manuel Valdepeñas.

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